Despertar
Al grito «¡También existimos!», los Jamás Leídos tomaron las salas de la biblioteca con premeditada sincronía. Exigían visibilidad, denunciaban el olvido sistemático, la segregación normalizada. Quejas del tipo «A los Simpre Requeridos les dan mantenimiento diario; a nosotros nos dejan ser devorados por las polillas» se leían en sus cubiertas, que hacían las veces de pancartas. Cuando tomaron como rehén al bibliotecario más antiguo, los directores dieron órdenes de reprimir la insurrección a cualquier precio. De un día para otro, el orden regresó y la biblioteca fue reabierta. Nadie señaló los anaqueles vacíos ni preguntó por el sutil olor a quemado mezclado con aromatizantes que provenía del sótano. No obstante, todos vieron las manchas de ceniza que, indelebles, fueron apareciendo en cada una de las páginas de los que no se habían sublevado.